Esta costumbre idiota sólo en una ocasión ha estado a punto de resultarme rentable. Sucedió el año pasado, la víspera de mi regreso de San Francisco. Intentaba hacer las últimas compras del viaje en un barrio muy pijo, plagado de ese tipo de tiendas en las que, para sugerir exclusividad, colocan unicamente uno o dos artículos en un escaparate enorme. Mientras pensaba en lo poco que valían mis últimos dólares en aquel entorno tan refinado, ví algo que brillaba en el bordillo de la acera. Me agaché y lo recogí: era una pulsera bastante pesada que sin duda se le había caído a alguien al salir de un coche. Concretamente, esta pulsera:Miré a mi alrededor. No había nadie que pareciese haber perdido nada, ni en actitud de buscar algo. La gente seguía su camino. No era cosa de empezar a preguntar a todo el mundo en mi inglés macarrónico si había perdido una joya; estaba en estados unidos, en el mejor de los casos me tomarían por un chalado. Consideré que, al fín y al cabo, me encontraba en un barrio de ricos de un país rico y, con esa flamante justificación, guardé la joya en un bolsillo y continué andando como si nada.
En el trajín del viaje de vuelta casi me olvidé del tesoro, que viajó a España cuidadosamente oculto entre las ropas de la maleta como si se tratase del producto de un robo. Ya en casa, una vez deshecha la maleta, examiné la pulsera: era tan pesada como recordaba, y brillaba mucho. Reparé en una pequeña chapita metálica que colgaba de ella, había una inscripción: Tiffany & Co.
Una joya de Tiffany's, nada menos!!!. Me puse a temblar: no tengo ni idea de joyas, pero aquello fijo que podía valer una pasta. Encendí el ordenador y entré en la web de la famosa joyería. Todo un mundo de elegancia y estilo se desplegó en la pantalla del ordenador y, tras un rato de búsqueda, voila!, apareció la pulsera y, con ella, su carnet de identidad:
Tiffany Bubbles bracelet. Platinum; round brilliant diamonds, carat total weight 3.65, color grade G, clarity grade VS. $14,500.
¡ Platino y diamantes! ¡ Dos millones de pesetas! ¡Menudo mareo! ...Y encima se llamaba Bubbles, un nombre con clase (aunque que el mono de Michael Jackson se llame igual).
Comenzó entonces mi particular cuento de la lechera. Por supuesto, tenía que vender la joya. Aunque no me diesen los dos kilos que cobran por ella en la quinta avenida, seguro que cubriría de largo todos los gastos del mes que había pasado en estados unidos y aún sobraría para caprichos, para bastantes caprichos. Comencé a ordenar por prioridades las cosas que me apetecía comprar. Al fín y al cabo, lo que has encontrado en el suelo hay que gastarlo rápido. ¿Donde podría venderla? ¿Me valdría un joyero o necesitaba un perista? ¿Valdría la pena subastarla en e-bay?
Eufórico y llevado por la codicia, consideré la posibilidad de que en internet pudiese venderla por un precio aún mayor que el que marcaba la web de Tiffany's; una idea absolutamente estúpida, pero que en aquel momento me pareció muy razonable. En consecuencia, metí en google el nombre de la pulsera...
...y allí acabó el sueño: nada menos que 158.000 paginas de tiendas americanas que venden copias de la dichosa pulsera Bubbles. Plata y zirconitas, por un valor de 120 $. Todas exactamente iguales que la mía, con la misma chapita. Soy un tío sin suerte.
Si te has encontrado algo que vale 120 dólares, tampoco puedes decir que no tienes suerte. Yo, ni eso siquiera. O sea, que ya ves.
Además, depende de quien se ponga esa pulsera, puede parecer más auténtica que las verdaderas. Yo tenía un amigo muy pijo, muy pijo, a quien engañé como un chino, haciéndole creer que un anillo que tenía era una joya de familia. El anillo era de oro, pero la piedra, enorme, era una circonita. Una vez me puse el anillo para una cena a la que fui bastante arreglada y él estaba convencido de que valía 5.000 euros porque era idéntico al anillo de pedida de su hermana. Si lo hubiera llevado para ir al super no se lo hubiera tragado, pero en aquel contexto era bastante creíble.