200.000 millones de euros: esa es la cantidad que ha inyectado el Banco Central Europeo en los últimos tres días para que las entidades financieras dispongan de liquidez para sus hacer sus cositas.

Al parecer, no hay liquidez porque los bancos no se fían los unos de los otros y por eso no se prestan dinero entre sí. Y no se fían porque algunos bancos malos sacaron al mercado norteamericano un producto financiero denominado hipoteca-basura, que viene a ser como un préstamo hipotecario a un interés muy alto dirigido a los más norteamericanos más pringados. Y como los tipos de interés han subido mucho, esos mismos pringados han decidido que ya no pagan más por la basura y que la casa se la puede quedar el banco, que pasen cuando quieran a por la llaves y que se las metan por donde les quepan. Y como esos bancos malos, ahora repletos de llaves de casas basura, igual no devuelven el dinero, pues los bancos buenos no quieren prestárselo. Y por eso el BCE, que es como un banco de bancos, es decir, uno muy bueno muy bueno, ha venido con una jeringa muy gorda cargada de dinero líquido para que los mercados no se queden secos.

Yo siempre le he tenido pánico a las inyecciones. De pequeño, cualquier tentación de fingir alguna enfermedad para faltar a clase quedaba rápidamente sofocada por la amenaza de una inyección. Aún recuerdo con horror el sonido de la jeringa de cristal borboteando en su cacillo metálico, preludio del pinchazo y de la dolorosa sensación de algún antibiótico abriéndose paso en la nalga muy lentamente, mientras escuchaba advertencias de que aquello aún podría ser peor si el producto cristalizaba. Desde entonces siempre he preferido recibir tratamiento oral, incluso prolongado, a cualquier solución intramuscular o intravenosa.

Por lo que parece, los bancos prefieren la inyección. Será porque a ellos no les duele.