A la comida de navidad del curro hay que ir. Es obligado por muchas razones, pero quizás la fundamental es algo tan simple como que hay que estar presente para que se hable de otros y no de uno. Siempre se despelleja a los ausentes.
La ceremonia comienza con la elección de asiento. Es un momento importante, pues nadie quiere pasar tres horas con compañeros a los que no dirige la palabra en todo el año. Normalmente no se conoce la disposición de la mesa, así que es habitual un primer momento de nerviosismo antes de ubicarse evitando, en lo posible, a los colegas con los que hay menor afinidad. Los más experimentados acceden al recinto con su grupo. Los rezagados serán la compañía del jefe.
Las conversaciones siempre derivan hacia dos temas: la propia comida y el propio trabajo. En ambos casos siempre hay descontentos que se hacen notar. El alcohol deshinhibe, las rivalidades soterradas durante el resto del año afloran, y se hacen confidencias al grupo de las que habrá que arrepentirse despues. Conviene, por tanto, moderación.
Si se trata de una cena un sector de la oficina aparecerá con sus mejores galas, para rechifla del resto. Para muchos es la única noche del año en la que se sale sin la pareja y se ponen en ella grandes expectativas, convencidos de que quienes no tenemos responsabilidades familiares vivimos inmersos un una juerga permanente en la que ellos pueden participar solo una vez al año, precisamente esa. Este grupo será el que mayores cogorzas pille -escasa tolerancia al alcohol- y acumulará mayor riesgo de hacer el ridículo. El oprobio se prolongará al día siguiente al pasear la resaca por la oficina.
Son buenas ocasiones para que los pelotas desplieguen todas sus habilidades con sus superiores. Como poco se prestarán a hacerles compañía para aliviarles la sensación de estar fuera de lugar que les acompaña toda la comida, plagada de silencios incómodos. Si el jefe es sensato se largará a los postres, consciente de que al salir del local se convertirá en el principal tema de conversación.
Las comidas de empresa explican hoy en día buena parte de la facturación de los restaurantes y justifican importantes despliegues de la guardia civil para realizar pruebas de alcoholemia. Se han convertido en el inevitable coñazo con el que se abre la temporada navideña, como los anuncios de perfumes con acento francés o la compra de lotería.
Respiro aliviado. Yo ya he pasado la mía ayer.
a ver, a ver....pero no es justo, no nos cuentas como ha ido tu cena, ni siquiera a que grupo perteneces, si al de los patéticos casados y con obligaciones que en esa noche hacen el ridículo seguro, o al de los habituados al alcohol y a las juergas nocturnas...asi que...a largar!!!!