11 octubre 2006
Huelgas de hambre
Una vez participé en la negociación de una huelga de hambre.

El conflicto lo promovían un grupo de trabajadores que habían sido contratados a dedo por una corporación local y, posteriormente, acudido a los juzgados para demandar estabilidad en el empleo, una de las técnicas de enchufe que ya expliqué aquí. La sentencia los declaró contratados indefinidos, cosa que en la administración equivale a interinos y que, en la práctica, les mantenía en sus puestos pero les obligaba a superar una oposición para mantenerse en los mismos. Sin embargo, su abogado les convenció de que se trataban de personal fijo, les aconsejó que no se presentasen a las oposiciones y les cobró por ello. Las plazas se convocaron y, al no presentarse éstos, las aprobaron otras personas. Llegado el momento de darle posesión de las plazas a quienes las habían obtenido el mismo abogado, lejos de reconocer el grave error que había cometido, convenció a varios de los antiguos contratados para que se declarasen en huelga de hambre.

Toda negociación necesita interlocutores. La singularidad de una huelga de hambre es que una de las partes debe mantener con vida a la otra, y a ser posible en buena forma. En este caso los huelguistas optaron por realizar su protesta en las proximidades de una unidad de nutrición hospitalaria, que por su parte se prestó a proveerles de los líquidos que admitían ingerir. No fué una decisión casual: los líquidos que les facilitaron tenían un poder nutritivo tal que podían mantenerlos con vida durante años. En consecuencia, a partir del cuarto día los se negaron a que se les realizasen análisis para comprobar su estado de salud, argumentando que en lugar de tales pruebas lo que se pretendía era alimentarlos contra su voluntad.

Siempre se presume que existe una situación desesperada detrás de quien se declara dispuesto a morir si no se accede a su pretensión. Se trata del recurso más extremo, algo que, en principio, nadie emplearía a la ligera. Esta forma de protestar concede a quien la promueve toda la legitimidad, y convierte en villano a la contraparte. Por tanto, es el tipo de negociación más dura que existe.

La pretensión de los huelguistas de ser declarados fijos era jurídicamente descabellada y de imposible cumplimiento: los aprobados reclamaban tomar posesión de las plazas obtenidas y tenían derecho a ello. La negociación se desarrolló entre bambalinas más con el abogado que con los propios huelguistas, que por lo demás carecían de los más elementales conocimientos acerca de lo que comportaría acceder a su petición y creían ciegamente en su letrado. Éste, a la desesperada, hizo que exigieran la presencia del juez que los había declarado como indefinidos como parte de la negociación, de modo que lo que se negociase fuese una nueva sentencia que revocase a la anterior y accediese a su pretensión. Una sentencia negociada en una huelga de hambre: una barbaridad jurídica de tal calibre que, desde luego, no habría sido admitida en ningún lugar del mundo. Tampoco lo fue aquí, y esta circunstancia propició que el conflicto encallase y se prolongase durante semanas.

Cuando los huelguistas estaban a punto de deponer la protesta ocurrió algo: en algún lugar de latinoamérica, no recuerdo dónde, se produjo un encierro con huelga de hambre en una iglesia. Los encerrados solicitaron una mediación de algún responsable eclesiástico que no se produjo, y el conflicto derivó en una matanza. Alguien de la iglesia católica de aquí tomó nota y un obispo acudió a ver a nuestros huelguistas, rodeado, eso sí, de medios de comunicación. La visita desencadenó presiones de todo tipo que aceleraron una solución negociada que supuso mantener al colectivo en huelga en sus puestos pendiente de una nueva convocatoria de oposiciones. Esta solución heterodoxa resultaba muy perjudicial para los parados que habían obtenido las plazas (recibieron otras mucho peores), pero como éstos no protestaron no pasó absolutamente nada.

Han pasado varios años. Una gran parte de los trabajadores en huelga no fueron capaces de superar las oposiciones y se quedaron en la calle. El letrado sigue trabajando y dando, supongo, “buenos consejos” a sus clientes.

A lo largo de estos días he recordado este proceso, sobre todo la absoluta sensación de impotencia que experimenté en aquella negociación disparatada. Y tambien el miedo a que algo malo le sucediese a alguno de los huelguistas que actuaban de buena fe; las dificultades para hacerlos entrar en razón, mayores a medida que crecía su debilidad; la vileza del abogado que los engañaba para encubrir su ineptitud.

Y no he podido menos que compararla con esa otra huelga de hambre de ese gudari que brindaba con champán para celebrar los atentados cometidos por sus colegas; que ha cumplido 18 años de cárcel de los 3000 a los que fue condenado; que ha estado menos tiempo en la cárcel que sus 25 víctimas en el claustro materno; que dice ahora que deja su huelga a medias porque se lo han pedido sus amigos y que, al parecer, tambien ha tenido la visita de un obispo. Presumo que ese tipo tendrá tambien una solución negociada, saldrá pronto a la calle y , como no ha tenido un trabajo en su vida, pobrecito, le darán un empleo público para que se reinserte, algo que “mis huelguistas” no tuvieron.


Y me da un asco que te cagas...
 
posted by Andrómena at 1:34 p. m. | Permalink |


2 Comments:


  • At miércoles, 11 octubre, 2006, Blogger Peggy

    Magnifico post , como bien veo que sabes el mundo del derecho es como el poker , hay buenos y malos jugadores , y siento decirlo que tambien hay mucho inocente que paga las consecuencias ...al final todo se resuelve por influencias e intereses de poder .....

     
  • At viernes, 13 octubre, 2006, Anonymous Anónimo

    mira, tengo una historia buenísima... un abogado al que le di a hacer la escritura para una sociedad era tan divertido que le sucedió esto:
    ´llegó a su oficina un chico que dijo que les habia divorciado y que te crees? pues que no.. que se le olvidó..jajajajajajjajajjaajaa y nunca encontró la documentación.

     

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