Los dos caballeros de la foto son Robert y Joe Pinzón. Se trata de dos ecuatorianos afincados en Nueva York desde hace muchos años, que han aparecido en los medios de comunicación porque han comprado la tienda de disfraces más grande de la ciudad, que cuenta entre su clientela, al parecer, a célebres friquis como Keith Richards o Michael Jackson. Y sí, aseguran ser decendientes de los famosos hermanos pinzones.

Leer la noticia y recordar la cancioncilla ha sido todo uno. A ver si os sucede lo mismo...

Tres parejas entran en el bar de tapas. Forman un grupo relativamente grande para ese local, por lo que se ven obligadas a unir varias mesas antes de sentarse. Mientras el camarero retira los platos de los anteriores clientes, todos los miembros del grupo se afanan en colocar los cinco carritos lejos de la ruta por la que entran y salen los demás clientes del local. Cada carrito está ocupado por un niño que duerme profundamente, ajeno al trasiego de los padres. Es normal, son casi las dos de la mañana.

Las cinco sillitas quedan dispuestas en batería frente al lugar donde espero por la tortilla con pimientos que he pedido hace media hora. Ninguno de los durmientes parece sobrepasar los tres años de edad. Ninguno de ellos despertará en la hora siguiente, pese a los humos que se desprenden de una cocina mal ventilada y a las voces, cada vez más altas, de clientes que van ya por su cuarto cubata. El sueño de los críos permite a sus bronceados padres enfrascarse en una animada conversación sobre el coste de los amarres en distintos clubs naúticos, charla que solo se interrumpe por la llegada a la mesa de sucesivas botellas de albariño. Las madres se giran de vez en cuando para comprobar que todo sigue en orden. Cuando me marcho, cerca de las tres, el grupo todavía sigue allí.

Veo escenas parecidas con mucha frecuencia. Parejas que han decidido que su condición de padres no les impide en absoluto continuar con sus hábitos de salida y copas. Muchas de ellas incluso forman grupos para pastorear en común, indolentes, las rabietas de niños completamente pasados por la noche de bares y terrazas. Con suerte, muchas llegan a disfrutar ese momento en el que los chavales quedan agotados, se duermen y dejan de dar el coñazo. Es posible que a mucha gente le parezca normal, hasta es posible que realmente lo sea, pero yo no lo soporto: no entiendo qué pinta un niño en un bar a las tantas de la noche, ya sea con padres o sin ellos.

Tengo amigos que son padres recientes. Cuando comento con ellos historias de este tipo todos tienden a relativizar, me dicen que son casos aislados, y acaban afirmando que soy un exagerado, que no es para tanto, y que es algo que no puedo entender porque no tengo hijos. Y ahí me tengo que callar.

Por tanto, no me ha sorprendido la historia ésta de la pareja de Lleida que se fué de marcha y olvidó a su niña en la calle. He visto a la madre en la televisión afirmando que no fue culpa suya, que fue cosa de una mala reacción del alcohol con unos medicamentos que tomaba. Y lo afirmaba con toda la cachaza del mundo, dando la cara, cómo si este tipo de cosas fueran inevitables y formasen parte de los riesgos normales de la vida. Como si lo sucedido sólo fuera cuestión de mala suerte.

En este mundo, en el que se exige tener un carnet y seguro en regla para conducir un ciclomotor, a nadie se le exige requisito alguno para tener un crío. Sólo se retira la custodia cuando prácticamente se ha producido una desgracia, con frecuencia demasiado tarde. Soy consciente de que la gran mayoría ejerce correctamente su responsabilidad, pero no puedo evitar pensar que, quizás, no sería mala idea establecer algún tipo de carnet por puntos para padres.

200.000 millones de euros: esa es la cantidad que ha inyectado el Banco Central Europeo en los últimos tres días para que las entidades financieras dispongan de liquidez para sus hacer sus cositas.

Al parecer, no hay liquidez porque los bancos no se fían los unos de los otros y por eso no se prestan dinero entre sí. Y no se fían porque algunos bancos malos sacaron al mercado norteamericano un producto financiero denominado hipoteca-basura, que viene a ser como un préstamo hipotecario a un interés muy alto dirigido a los más norteamericanos más pringados. Y como los tipos de interés han subido mucho, esos mismos pringados han decidido que ya no pagan más por la basura y que la casa se la puede quedar el banco, que pasen cuando quieran a por la llaves y que se las metan por donde les quepan. Y como esos bancos malos, ahora repletos de llaves de casas basura, igual no devuelven el dinero, pues los bancos buenos no quieren prestárselo. Y por eso el BCE, que es como un banco de bancos, es decir, uno muy bueno muy bueno, ha venido con una jeringa muy gorda cargada de dinero líquido para que los mercados no se queden secos.

Yo siempre le he tenido pánico a las inyecciones. De pequeño, cualquier tentación de fingir alguna enfermedad para faltar a clase quedaba rápidamente sofocada por la amenaza de una inyección. Aún recuerdo con horror el sonido de la jeringa de cristal borboteando en su cacillo metálico, preludio del pinchazo y de la dolorosa sensación de algún antibiótico abriéndose paso en la nalga muy lentamente, mientras escuchaba advertencias de que aquello aún podría ser peor si el producto cristalizaba. Desde entonces siempre he preferido recibir tratamiento oral, incluso prolongado, a cualquier solución intramuscular o intravenosa.

Por lo que parece, los bancos prefieren la inyección. Será porque a ellos no les duele.

Quiero que inventen el teletransportador. Quiero meterme en esa cabina y, tras pulsar un botón, desintegrarme lentamente en un haz de átomos que viaje a la velocidad de la luz a través de supernovas y agujeros de gusano para recomponerme en otro lugar, íntegro y aturdido, pocos segundos despues. Quiero tomar la sopa en casa y el postre en Florencia. Ir de Boston a California, de los Apeninos a Los Andes, de la ceca a La Meca, sin pasar por aduanas, autopistas ni aeropuertos.

Así que, científicos del mundo: ¡ponganse a trabajar!.

Sucede cada pocos meses. Con ocasión de un evento, fiesta social o feria profesional, alguna una empresa necesitada de notoriedad presenta públicamente el chisme supuestamente más caro del mundo. La prensa informa, casi siempre, que se trata de una edición única o muy limitada, que se destinará al mercado árabe. La noticia ocupará esa parte ligerita y frívola del final de los telediarios. He aquí algunas de esas bobadas extravagantes:

1.- El portarrollos de papel higiénico más caro del mundo:

Se trata de una caja de oro, en forma de cubo, con un total de 148 diamantes incrustados. El modelo ha sido diseñado en conmemoración del primer millón de rollos de Renova Black --papel higiénico completamente negro-- vendidos en todo el mundo. La Gold Box (así se llama el chisme) pesa un kilo y tiene una base de madera de palo de serpiente que ha sido elaborada por maestros artesanos orfebres de la Rua do Ouro en Lisboa. Cada comprador recibirá un rollo de papel higiénico al día gratis durante el resto de su vida por cortesía de Renova pero, para ello, tendrá que apoquinar los 100.000 eurazos que cuesta el chisme.

2.- El chupete de Brangelina:

El nacimiento en Namibia de Shiloh Nouvel Jolie-Pitt, hija de la pareja de actores Angelina Jolie y Brad Pitt, se convirtió en todo un acontecimiento mediático a escala mundial. La empresa fabricante de chupetes personalizados itsmybinky.com decidió pillar cacho de tan importante suceso, y para ello regaló a la recien nacida este práctico chupete elaborado en oro blanco de catorce quilates con incrustaciones, en la parte delantera, de diamantes blancos. Un caprichito de 17.000 dólares que la bella pareja podrá dejar en la boca de su bebé o bien destinar a la compra de más criaturas por los países del tercer mundo.

Para festejar el 50 eniversario del lanzamiento del Mercedes Benz SL550, los responsables de esta lujosa marca no tuvieron mejor ocurrencia que lanzar una edición especial totalmente cubierta de una pintura con incrustaciones de diamantes. La edición especial se limitó apenas a 25 unidades, valoradas cada una en 2 millones de euros. Cómo para darle un rascazo en el garaje ...

Ocuparse personalmente de las labores de casa no implica renunciar al lujo ni a la sofisticación. Así lo creen en la empresa Fissler, líder alemán en menaje de cocina, cuyos responsables han conseguido sus minutitos de fama al presentar esta utilísima olla con asas de oro y más de 200 diamantes incrustados. Lo fabrican bajo pedido para su exclusiva clientela de los almacenes Harrods, a 100.000 libras esterlinas la unidad.